‘Los de la mesa 10’ por Tiempo de Cine #3 (1960)

Por Victor A. Iturralde Rua.

Este texto fue parte de la edición #55 del newsletter.


Hace poco más de un mes vi por primera vez Perdón viejita, de José Ferreyra. El encuentro con esas imágenes silenciosas y elocuentes, con esos fragmentos de un Buenos Aires áspero, proletario, sencillo, con el tango mudo que brota en cada gesto, de cada título, de cada acento melodramático, con la inocente complicación argumental, el encuentro con esa película cuya estructura y temática anuncian una raigambre localista fue una experiencia vital, irrevocable.

Hace muy pocos días vi Los de la mesa 10, de Simón Feldman. Y en cierta medida sentí que se repetía la experiencia de Perdón viejita. Pero esta vez hubo una diferencia condicionada por un tratamiento distinto de un tema distinto, una estructura dramática más sólida y todas las características que determina una narración cinematográfica sonora y contemporánea.

Comparar, en este caso, no es justo ni fácil. Pero tiene alguna utilidad. En ambos casos creo que existió una misma actitud frente a Buenos Aires, aunque hubiese sido engendrada por principios y sentimientos muy diferentes. En ambos casos hubo «respeto» por esa gente de esa ciudad que se muestra. Y ese respeto implica muchos elementos positivos: lenguaje, psicología de los protagonistas, verosimilitud de las reacciones.

Los de la mesa 10 inaugura cuatro carreras dentro del largometraje profesional: Salgán, Aronovich, Dragún, Simonetti (el productor). Concreta una temática y un tratamiento distintos en el cine de Feldman. Demuestra, por fin, que es posible dar al público un cine cuyo nivel intelectual supera ampliamente el promedio habitual en la pantalla nacional.

Horacio Salgán, uno de los mejores músicos del tango, compuso y ejecutó la partitura que sirve de comentario sonoro a Los de la mesa 10. Las elaboradas armonías de Salgán coadyuvan a la gestación de un clima especial, intencionado, son participes del intimismo del film y señalan uno de los aportes más destacables de los últimos años del cine argentino. Hacía falta la presencia de un músico auténtico, fecundo, un músico engarzado en la ciudad y Salgán era el más indicado, si no el único.

Aronovich, excelente fotógrafo de cortometrajes no profesionales, varias veces premiado y reconocido por su trabajo en diversas películas dirigidas por Baigorria, Berend, Echeverry, Kuhn, Persano, fue llamado para iluminar Los de la mesa 10. Y su aceptación dentro del rutinario y absurdo escalafón profesional (para filmar se debe estar en el sindicato y para ingresar en él se debe estar filmando) condicionó una serie de pedidos, protestas, reuniones, maniobras con dobles intenciones. Pero Aronovich pudo trabajar y creó unas imágenes grises, nostálgicas, con amplios cielos plomizos, con una constante búsqueda del mejor encuadre, que, por momentos, nos hizo recordar al Journal d’un curé de campagne de Bresson. Así se estableció una relación constante y funcional entre imagen, música y tema.

Dragún, especie de meteoro de los teatros independientes, joven autor más ampliamente conocido por sus últimas contribuciones para la televisión (Historias de jovenes) había escrito el tema para ser representado en teatro -una pieza breve- y lo adaptó a la pantalla agregando algunos personajes accesorios y explicativos: el amigo del protagonista, la equívoca amiga de la muchacha. El tema, conciso, vigoroso en su esquematismo, bello en muchos de sus diálogos, señalaba el conflicto determinado por un amor entre jóvenes de distintas clases sociales (él, mecánico de automóviles, ella estudiante de arquitectura e hija de una familia más o menos burguesa) obstaculizando por los respectivos medios familiares y sociales. Pero la adaptación cinematográfica, la ampliación física de la historia hasta alcanzar la hora y media del film con su complicación forzada de situación, propuesta en lugar de una mayor profundización, reveló algunos huecos dramáticos y ciertas ligerezas argumentales. Ligerezas que no afectan, de todos modos, el contenido de la obra.

Los de la mesa 10 (Simón Feldman, 1960)

En cuanto a Simón Feldman, diré que con esta película emprendió el camino del testimonio activo, olvidando -por momentos-, el juego satírico de su anterior película: El negoción. El film está elaborado con dignidad, con buen oficio, con una permanente vibración y comunión con los personajes. Alguna observación al pasar es todo lo que necesita el realizador para señalar un problema, para acentuar una escena, para ubicar a un personaje. La correcta conducción de los intérpretes (muy bien Maria Elena Bisutti, muy bien aunque no físicamente en su papel, Emilio Alfaro), la organización general de la película, la ingeniosa resolución de muchas escenas y la unidad dramática y plástica de Los de la mesa 10 nos ubican ante un director de oficio cada vez más maduro, ante un buen narrador, ante una posición cinematográfica valiosa con respecto a la sociedad. Si bien no todas las escenas fueron tratadas con la misma idoneidad, la pobreza del comienzo se supera a medida que transcurre el film alcanzando buenos momentos dramáticos y poéticos: el examen fracasado de Medina Castro que coincide con el disgusto de Emilio Alfaro al tratar con el padre de Bisutti los proyectos en el café, la cita repentina a las 3 de la madrugada.

Pero si Los de la mesa 10 significa el comienzo de dos o tres carreras profesionales imprescindibles para nuestro cine: argumento, fotografía, música, dirección, incluso, también coincide con un triste panorama gremial, profesional. Aronovich debió someterse a una especie de examen de aptitudes llevado a cabo por miembros del mismo sindicato al cual debía incorporarse para que se le permitiera filmar profesionalmente. Y por el examen se supo que Aronovich no sabe iluminar una escena.

Si desde un punto de vista personal, humano, artístico, resulta grato e irónico ser juzgado por gente que no dispone de autoridad estética para dictaminar sobre las cualidades de uno de los mejores fotógrafos que tenemos en nuestro cine, de hecho, este examen implica un absurdo: que un trabajo está supeditado a la discriminación y juicio de los colegas gremiales.

Pero todo esto, que permitiría un deleite polémico para gente bien intencionada o aburrida, queda un poco al margen cuando se conoce otra novedad con respecto a esta película que parece atraer los problemas como las sirenas a los navegantes desprevenidos: en una reunión del Instituto Nacional de Cinematografía se proyectó esta película y entre los distintos momentos de ocio, en un intervalo entre dos trabajosas firmas de algunos expedientes centenarios, se le aplicó una «B». Es decir, se decretó que no hay obligación de exhibir esta película en las salas argentinas y no tiene derecho a premios o compensaciones especiales. Cosa curiosa, en esa misma oportunidad los ojos de los jurados estuvieron muy atentos ante los desplazamientos ondulares de Isabel Sarli -suponemos que los pobres expedientes tuvieron que esperar su turno esta vez- y Dios creó a los hombres fue clasificada con un «¡Ah!» entusiasta.


© LAS VEREDAS | 2021

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